jueves, 15 de octubre de 2015

Las presencias, ausencias y pérdidas conversan y se toman un café adentro mío.

“No sé qué hacer doctor, constantemente tengo discusiones con mi pareja, me hace gritar y enojar todo el tiempo y entro en arranques de cólera, tiro las cosas, he roto floreros e incluso he pensado en lastimarme porque no aguanto estar así. Sin embargo, cuando estamos bien nos amamos mucho, siento que es la mejor persona del universo y le doy todo lo que puedo. Y siempre soy así, cuando me involucro en una relación doy todo de mí, si la persona quiere irse o me pide un tiempo me vuelvo loca, le ruego que no lo haga, le imploro que se quede a mi lado, y si finalmente se va…me siento vacía, triste, mal.
Todas mis parejas han sido parecidas, no sé por qué. Casi todos han sido amantes del alcohol y de algunas otras cosas más como marihuana o cocaína, amantes también de los deportes de aventura y las fiestas hasta morir. Y todo eso me encantaba, hacía que la relación sea interesante, divertida y diferente. Quizá sabía que no estaba bien involucrarme con personas así, pero todas esas cosas me hacían sentir viva y entregada.
Otra cosa, doctor, es que me dicen que soy de humor muy cambiante, y yo también he notado que a veces estoy de lo más bien y de pronto pasa algo que me irrita y me enojo muchísimo, hago cosas para herir a los demás y a mí misma. Luego me calmo, y la vida parece ser buena de nuevo, hasta que llegue algo o alguien que me ponga triste o enojada, y todo sea una porquería.

Perdí mi trabajo hace poco, no entiendo por qué no puedo durar más de 3 meses en un trabajo. Me aburre, la gente me aburre y le encuentro defectos a todos. Mis jefes me han dicho que soy irresponsable y que contesto mal a las personas, yo siempre creí que era amable, pero parece que no lo ven así.
Ahora estoy sin trabajo, peleo con mi pareja, me hago daño, siento muchas cosas y de manera muy intensa y ya no sé qué hacer.
Ayúdeme, doctor…”

Relaciones inestables, emociones cambiantes, sensación de vacío ante ausencias, consumo de sustancias, inestabilidad en diversos ámbitos como trabajo, pareja, amistades, familiares… son algunos indicadores de inestabilidad emocional.

Pero, ¿cómo se forma una persona con inestabilidad emocional?, ¿a qué se debe?, ¿qué conlleva?, son algunas de las muchas preguntas que surgen al hablar de este tema.

Lo esperado es que todo niño crezca en un ambiente seguro y estable. Esto quiere decir que todos tenemos la necesidad emocional de tener padres que estén presentes de manera previsible, que nos brinden atención, afecto y cuidados de modo que no se sienta su ausencia, ni pérdidas. Cuando esta necesidad no se ha visto cubierta, el niño crece con la idea de que las figuras de apego a veces están, y otras veces no. Que el amor a veces está, y otras veces no. Que la presencia es fluctuante, dejando lugar a la sensación de abandono y vacío desde edades muy tempranas. Dicho niño va creciendo, y observa que sus papás lo cambian de colegio a cada momento, se mudan constantemente de casa, y son cuidados por la abuela, tía, prima, nana, o vecina.

¿Cómo experimentará el mundo un niño que ha atravesado tantos cambios en su vida?, ¿qué sentirá?, y la pregunta más importante, ¿percibirá a este mundo como estable, o lo verá a través de su propia lente de inestabilidad y cambios constantes?
Desde luego, todos aquellos cambios generan en el pequeño la sensación de inestabilidad como parte de sí. Pues claro, la viene experimentando desde que era tan solo un bebé. La inestabilidad y los cambios son normales en su vida. El amor que a veces está y otras no, se convierte en normal. La fluctuación entre presencias, ausencias y pérdidas, pasa a ser parte de la configuración de su universo afectivo.

Ahora ese niño es joven, se enamora. Y –como por arte de magia- elige personas que son cambiantes como él, inestables, de emociones variopintas, de picos de alegría o enojo, de arranques de cólera o de estallidos de felicidad. Eligen personas que perpetúan la inestabilidad que viene experimentando desde que tiene uso de razón.
Y así, de adulto, todo se convierte simplemente en un patrón, en una cadena que difícilmente se corta.


Pero no, no todo está perdido. Tomar conciencia de todo ello, permite que la persona se reinvente, y repare. Generar vínculos más saludables es la mejor opción, aquella que le va a permitir probar un sorbo de agua limpia, después de tantos años de haber tomado galones de agua tóxica. Aquella que le va e entregar lo más preciado: la estabilidad, y la visión nueva de un mundo tranquilo, coherente y armonioso en sí mismo.

martes, 8 de septiembre de 2015

La insípida sensación de tener a un padre cerca y sentirlo lejos.

"Hola, soy Andresito y tengo 4 años. Vivo con mi mamá y mi abuelita en una casa pequeña cerca de mi nido. Mi papá murió. Dice mi mamá que murió en un accidente de carros cuando yo tenía pocos meses y era muy chiquito, es por eso que no lo recuerdo. Tampoco tengo abuelo, ni tíos. Cuando en el nido hacemos la actuación del día del padre yo suelo faltar, porque mi mamá se pone rara, malhumorada y triste; por eso prefiero no ir. Sin embargo, veo que los papis de mis amigos los recogen, juegan con ellos y van al parque o a la canchita de fútbol. Eso a veces me pone triste, me gustaría tener a un papá, y al menos saber cómo es él; poder contarle si me fue bien en mis clases o si mis amigos me fastidiaron, poder jugar a la pelota o escondidas los domingos, o simplemente dormir junto a él después de un cuento por las noches. Y, aunque mi mami lo hace todo, quisiera que sea él"

"Hola, yo me llamo Daniel y tengo 11 años. Vivo con mis papás, mi pequeño hermano de 3 años y mi perrito. Mi papá es muy juguetón, me divierte estar con él porque me lleva al parque y montamos bicicleta, jugamos con la pelota y al final terminamos echados en el jardín muy cansados. Mi mamá es un poco diferente. Ella a veces está de mal humor y reniega mucho, ella dice que está estresada por sus clientes. Es abogada y se encarga de hacer justicia. Cuando yo me despierto, ella está a punto de salir, siempre renegando y gritando para que nos levantemos rápido. Mi papá es el que hace el desayuno, nos ayuda a cambiar para el nido y colegio y nos lleva. Al regresar a casa ella no está para calentarnos el almuerzo, ni nos ayuda a hacer la tarea; llega a casa y cuando le quiero mostrar mis avances del colegio o le quiero contar cómo me ha ido en el día, la veo en su celular, conversando por whatsapp con sus amigas o viendo tele. Cuando nos habla solo es para darnos órdenes, gritarnos o decirnos que nunca tiene tiempo y que no la molestemos".


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Andrés tiene una ausencia importante en su vida: su papá no está. Este tipo de ausencias puede causar problemas a nivel emocional, generando que el menor crezca con una carencia evidente y que deberá llenar con sus propios recursos conforme vaya adquiriendo las estrategias para hacerlo.

El caso de Daniel tiene otro matiz. Él sí tiene la presencia física de ambos padres, sin embargo siente a su madre ausente, lo cual es mucho peor. Uno puede elaborar el fallecimiento de alguien que nunca conoció y suplir su presencia de algún modo, pero ¿qué explicación se le da a un niño que tiene a su madre pero que aun así no la siente cerca?; el tema se torna mucho más complejo, pues al no tener una explicación que satisfaga la insipidez de la desatención, casi como recurso automático, el niño tenderá a llenar dichos vacíos emocionales con resentimiento, y el dolor de una ausencia.
Para el desarrollo adecuado de un niño es necesario que se satisfagan ciertas necesidades emocionales básicas. Una de ellas es tener afecto seguro y estable por parte de ambos padres, lo cual quiere decir que desde pequeños necesitamos que nos atiendan a nivel emocional, que nos miren, nos conversen, nos escuchen, nos toquen, nos brinden afecto y atención, para así generar seguridad, estabilidad y relaciones fortalecidas.

“El hecho de crecer junto a una figura paterna que a pesar de estar, es incapaz de aportar plenitud, cariño o reconocimiento, deja corrientes de vacío en el corazón de un niño que está aprendiendo a construir su mundo”

La desatención a un niño genera incongruencias, vacíos, ansiedad, pues no saben a qué atenerse, les es confuso anticipar el estado anímico de sus padres y por ende su comportamiento, les genera confusión e intranquilidad cuando estas personas se encuentran cerca, desarrollan expectativas emocionales que no se cumplen y no son satisfechas.

Pero, ¿qué consecuencias puede traer la ausencia de un padre físicamente presente, en la vida de un niño que pronto será adulto? Muchas veces genera desapego afectivo, tornando a la persona más insegura para establecer vínculos, temerosa al no saber qué esperar del otro –y por tanto, qué entregar-, así como desconfianza y sinsabor pues finalmente no sabes si la persona con la que te estás vinculando te dará cariño, te escuchará o atenderá; bajo un temor enorme de ser traicionados, no reconocidos, o – peor aún- ignorados.


Recordemos finalmente que, “un padre no es sólo el que da la vida, un padre es aquel que está presente, que acoge, atiende y guía en seguridad construyendo cada día un sendero de instantes significativos en la vida de un niño”.

jueves, 30 de abril de 2015

Valientes todos aquellos que siguen en la búsqueda de sí mismos; a pesar de todo, a pesar de tanto.

Escoger la carrera de psicología no es cualquier cosa, pues es una profesión que demanda mucho de uno mismo para poder entregarle algo al otro. Implica conocer nuestras propias frustraciones, nuestros propios deseos, angustias, impulsos, inquietudes; implica que hayamos estado durante un buen tiempo con nosotros mismos y conocer nuestras fibras más sensibles.

Los pacientes llegan a consulta con miedo, llenos de angustia, ansiosos, expectantes, confundidos, y sobre todo, llegan desordenados. Vuelcan en uno todo el desorden que experimentan,; y de pronto comienza la magia: comienzan a confiar sus secretos más íntimos, viajan hacia el pasado y logran encontrarse con episodios traumáticos y dolorosos de su niñez; eventos que –a lo largo de tantos años- han bloqueado, intentado olvidar, o –quién sabe- intentado superar. A veces la razón indica que sí lo lograron, superaron el dolor y son capaces de recordar sin tanto rencor, sin embargo, si uno analiza más a fondo se da cuenta que la herida sigue latente, que el dolor del abandono e indiferencia de una madre, o de los golpes e insultos de un padre, no se olvidan nunca, lamentablemente forman parte de uno y son heridas que han calado nuestro existir.

Transmiten mucho sus experiencias, hacen que uno como psicólogo se sienta angustiado, ansioso, con mucha pena, con dolor. Muchas veces los pacientes me han relatado cosas impensables para mí: que mamá los dejó de niños, que papá les repitió mil veces que no debieron nacer, que el tío los violó, que el abuelo los tocó indebidamente, que mamá no los defendió cuando vio que su pareja los agredía, que han visto a sus papás golpeándose casi hasta la muerte, que su mamá nunca les dijo un te quiero, o que simplemente el recuerdo más fuerte que tienen de papá es verlo alcoholizado llegando a casa simplemente a dormir.
Todo ello simplemente hace que me haga la pregunta del millón: “Después de una historia de vida tan penosa, ¿qué le puedo ofrecer yo para ayudarlo?”, y la respuesta creo que no se encuentra en ningún libro y tampoco pasa con aplicar puros tests y cuestionarios; lo único que puedo hacer es acompañarlos, escucharlos, fomentar el desahogo, conectarme con ellos y que –a través del vínculo- logren ver que hay personas en las que se puede confiar, personas que pueden repararlos, un espacio estable, un piso y sobre todo, que sepan que después de tanto tiempo, encontraron un espacio en donde no serán dañados como en su infancia.

Eso es lo único y lo mejor que puedo hacer, acompañarlos, sostenerlos, y devolverles un poco de tranquilidad a través de mi mirada, de mis palabras, de mis silencios –que acompañan- y de un espacio seguro y estable.
Hoy se celebra el día del psicólogo, pero creo que debería ser el día de todas las personas que se atreven a acudir a terapia. A esas personas que llegan desordenadas, enmarañadas, angustiadas, cargadas; buscando a veces solo oídos, comprensión, atención, seguridad. Valientes son, queridos pacientes, valientes y con coraje de hacerle frente a una vida tan difícil, a dar cara a problemas que marcan y a seguir en pie, siempre en pie.

Finalmente nosotros, a través de ustedes, nos descubrimos día a día. Nos conocemos, aprendemos de nosotros, de crianza, de pareja, de familia, de errores, de habilidades, y aprendemos a saber hasta dónde podemos llegar, nuestras limitaciones, descubrimos nuestros propios miedos y nos encontramos con nosotros mismos.



Gracias, queridos valientes, es por ustedes que nosotros nos esforzamos día a día y este post va dedicado a todos aquellos que no se cansan de luchar, de buscar un poquito de luz a su oscuridad, y de buscar una mano que los acompañe en la búsqueda consigo mismos. Gracias

Valientes todos aquellos que siguen en la búsqueda de sí mismos; a pesar de todo, a pesar de tanto.

miércoles, 1 de abril de 2015

"M" el ejemplo vivo de resiliencia y valentía.

Ya se va a cumplir 1 año de que recibí mi primera paciente personal en el Hospital Naval, recuerdo bien el momento. "Hay un ingreso", me dijeron, "lo verás tú". Me quedé helada por unos minutos, volteé en cámara lenta y le dije al psicólogo "jaja, ¿en serio?", un poco incrédula por la sorpresiva noticia, pues se suponía que no veríamos pacientes personales sin supervisión tan pronto; "sí, creo que estás lista", tragué saliva, tomé aire y dije "está bien, ahí voy".
 
No mentiré. Temblaba de nervios, se me vinieron 5 años de carrera a la cabeza, todos los profesores hablaban a la vez, veía miles y  miles de libros, recordaba muchas teorías. Estaba confundida, desorientada, desordenada. Intenté recordar las cosas protocolares que enseñan en la universidad, y me aproximé a la habitación de la paciente.
 
"Buenos días, mi nombre es María Claudia, y en esta ocasión voy a ser tu psicóloga", dije con una voz quizá temblorosa, tímida, pero intentando ser cálida y próxima para ella. Ella estaba echada en su cama, mirando la ventana que estaba cubierta con una rejilla de metal para evitar que se escapen; volteó ligeramente la cabeza, me miró de reojo y en señal de aprobación -creo- se sentó. Yo -con una odiosa libreta de notas y lapicero en mano- me aventuré a comenzar la entrevista preguntándole su nombre, "me llamo 'M'" me dijo, y así, fue desarrollándose una accidentada e improvisada entrevista que poco a poco fue tomando forma.
 
Recuerdo a "M" como si la hubiese visto ayer, la recuerdo en un primer momento frágil, tímida, temerosa, con miedos, con mucha angustia, pero sobre todo, la recuerdo con mucho dolor. Tenía la mirada caída, le costaba mirar de frente, tenía también un tono de voz algo demandante, era muy lábil, cambiaba de estado de ánimo más rápido de lo que yo podía registrar en aquella odiosa libreta de notas, no reía, no conocía la alegría, alguien o algo la había apagado y tenía que descubrir qué.
Poco a poco lo supe: desde que nació su mamá le recordó que nunca debió nacer y la culpó de todas sus penurias, a los 7 años su mamá se fue de la casa, dejó a 3 hijos y a su esposo, la abandonó. Cuando tenía 10 años su abuelo la observaba mientras se bañaba, la tocaba, la violó. Ella se sintió sucia, culpable, débil, frágil, y lo recuerda como si hubiese pasado ayer. Pasó lo mismo cuando cumplió 13, su tío la acosaba, le prometió que no le iba a doler, y otra vez, la violó; se sintió ultrajada, abusada, utilizada, inservible. Por si fuera poco, su padre -quien siempre fue su único apoyo- falleció a los pocos años, "se fue mi mejor amigo, mi único apoyo, la única persona que nunca me haría daño; me quedé sola", me dijo. Observó a su mamá prostituirse y estar con miles de hombres, y -en señal de rebeldía- hizo lo mismo: se prostituyó. Pasaron los años, salió embarazada de su pareja y decidió abortar, se sintió -ahora- abandonadora, mala, asesina; nunca se lo perdonó.
 
Yo -sorprendida, inmóvil, atónita, muda- no sabía qué decir a tal historia de vida, en ese segundo entendí perfectamente el por qué de su mirada caída, de su sonrisa siempre un poco fingida, y de sus repetidos intentos suicidas. Entendí también, que en ese momento "M" no necesitaba a una persona que -nerviosa- atiborre de punta a punta la hoja de la libreta, no necesitaba a una persona que haga de secretaria tomando datos y registrando información, no necesitaba a una máquina de anotaciones. No. Ella necesitaba que la escuchen, que la contengan, que acompañen su dolor, que sostengan sus pesares, y que le devuelvan un poco de esperanza.
Intenté hacer todo eso, la acompañé durante todo su duro relato con una mirada acogedora, la sostuve con mis palabras, puse mis 10 sentidos en ella y así -creo- que se sintió protegida y contenida.
 
A lo largo de su hospitalización trabajé mucho con ella, era un reto para mí que ella encuentre nuevamente un sentido en su vida y que entienda que -pese a todo lo que ha pasado- aún hay gente buena que no busca dañarla en el mundo, intenté repararla.
Y así descubrí que los pacientes más que una técnica o teoría, necesitan alguien que tenga la valentía de acompañarlos a recorrer el camino duro por el que han vivido y les ayuden a salir de él, luego de haberlo aceptado, procesado, y cerrado. Necesitan que los atiendan, que los miren, que no los juzguen, que los comprendan, que sepan que haya alguien que está ahí y que quiere ayudarlos; que sepan que sí se puede, y que aún cuando creen que todo está perdido, hay un poquito de luz que va a entrar a sus vidas.
 
Me llena de alegría relatar, que "M" salió diferente de la hospitalización. Recuerdo perfectamente el día de su alta, fue una mezcla de emociones, ella por un lado se sentía feliz pues al fin podría salir y volver a su hermosa tierra en la selva; a la vez triste, pues había hecho grandes amigas en el hospital. Yo, sentía la dicha más grande del mundo de verla bien, alegre, con una sonrisa kilométrica en el rostro, con brillo en los ojos, con metas, planes, objetivos.
 
No sé dónde esté ahora, no sé si siga bien o si quizá haya recaído, no sé si esté cumpliendo todos los planes que trazamos juntas. Pero la recuerdo y guardo muy dentro mío, pues fue mi primer gran -y vaya que gran- reto, de quien aprendí muchísimo, quien me enseñó más de lo que los libros decían, quien me ayudó a buscar dentro mío herramientas nuevas, a ser ingeniosa, creativa, cautelosa, tolerante, paciente. Me enseñó a saber escuchar, a aprender que 1 hora terapéutica nunca es suficiente, a acompañar, a sostener, a estar.
 
Gracias "M", entraste al hospital pequeña, frágil, temerosa; saliste de él enorme, erguida, sonriente, viva. Gracias por enseñarme que pese a haber pasado eventos muy dolorosos, siempre se puede sonreír, y que el ser humano siempre tiene y tendrá un empuje para seguir luchando.
 
 
Tú inspiraste la frase que escribí en mi Facebook hace exactamente un año: "No hay satisfacción más grande para un psicólogo, que robarle una sonrisa a alguien que creía que ya no valía la pena vivir".
 
Eres el ejemplo vivo de una persona resiliente, pujante, fuerte ... valiente.
 

martes, 31 de marzo de 2015

Dejar que la energía entre, fluya, nos transforme; y nos devuelva más livianos.

"Yo creo mucho en la energía", me dijo una de mis mejores amigas hace un tiempo largo atrás. Yo -cuadrada, racional, esquemática- no entendí de qué hablaba, sentí su comentario muy gaseoso, soso, intangible, irreal.
Poco a poco me fui acercando a ella, hubo algo de ella que llamó mucho mi atención: su mundo interno. Y decidí explorarlo, para aprender de él, dándome gratas sorpresas al conversar con ella. Comencé centrándome en lo que yo sentía cuando hablaba con ella, y me di cuenta que me hacía sentir alegría, me transmitía "algo bueno" que debido a mi rigidez emocional no podía conceptualizar o poner nombre.
 
Comenzó entonces una cierta fascinación por las emociones, por descubrir qué había detrás de una lógica cabeza; y comencé a hablar más y más con Vania. Aun sin entender mucho por qué es tan entusiasta, o tan efusiva muchas veces, me generaba placer y me contagiaba su alegría; hasta que un buen día logré desprenderme del mundo lógico, rígido y racional; y logré comprender que se trataba de eso que ella me mencionó hace tiempo, se trataba de energía.
 
Es algo que solo se percibe, y se siente de algunas personas. Mi papá cuando la conoció me dijo "se nota que es buena persona", ¿Cómo supo eso si ni la conocía?, él me dijo "no sé, te sientes bien cuando estás con ella". Me quedé asombrada, muchas personas percibían esa energía de ella de la que me había dado cuenta y tanto trabajo me costó entender. Es algo que contagia, que transmite a través de muchas maneras: con sus palabras, con sus gestos, con movimientos, con su mirada -a veces cómplice, acompañante, cercana, amiga, acogedora; y por qué no, a veces loca- y que hace bien sentir.
 
Hace unas semanas, cuando salía de su clase de teatro me dijo "es mi espacio, es un momento en el que me siento libre, me puedo expresar, me distraigo, me río; y luego me permite volver más liberada a mi rutina, me hace sentir mejor". ¡Qué cierto, Vania!
 
Y es justo de eso que quería escribir hoy. De aquellos espacios que permiten al ser humano conectarse consigo mismos, pues a veces -atolondrados por el trabajo, estresados por el calor y el tráfico, y temerosos por los peligros que se viven en nuestra ciudad-, nos olvidamos de hacernos el regalo de sentirnos bien, si quiera haciendo algo tan trivial como en la peluquería, o caminar en un parque, o quizá simplemente sentarme con una única luz prendida a sumergirte en el mundo de una novela nueva.
 
Si tan solo todos nos tomáramos un espacio como Vania, de hacer lo que verdaderamente nos gusta, creo firmemente que viviríamos en un mundo con mejor energía. La gente andaría con otros ánimos, más liviana, más ligera, más alegre, más conectados con sus emociones, más cerca de sí mismos.
Pues, cuando el trabajo no es lo que a uno le apasiona, hay que buscar el modo de darle un poco de vida a nuestra rutina. Trabajar de 8 a 7 de la noche, llegar a casa, comer y dormir; no es vida. Es importante darle la vuelta a la rutina y añadir una cuota de pasión a nuestros días; si quiera una vez a la semana, poder hacer lo que uno verdaderamente ama.
 
Al fin de cuentas, llegar a la vejez siendo gerente de miles de empresas y con cientos de cartones colgados en la pared, no garantiza la calidad de vida de nadie; pues puede ser gente que se haya pasado su vida entera encerrados en una oficina con el único propósito de 'hacer' dinero, pero que se olvidan de algo más importante, se olvidaron de disfrutar de lo que la vida tiene. Se olvidaron de estar en la primera actuación de su pequeño hijo, porque tenían que estar en el trabajo a esa hora; se olvidaron de bailar el vals con su adolescente hija, porque qué roche, qué dirán mis amigos; se olvidaron de conectar con el delicioso y penetrante aroma del café por las mañanas, pues siempre lo tomaron rápido para no llegar tarde a la oficina; olvidaron de conversar en la terraza de la casa con la pareja, pues a esa hora tenían más pendientes que cumplir... se olvidaron de vivir, porque tenían que hacer dinero.
 
No permitamos que el dinero ciegue nuestro potencial para disfrutar de las cosas esenciales e invisibles de la vida -como lo dije en un post anterior-.
Finalmente, "el dinero puede comprarlo todo, menos la felicidad, la dicha, la alegría, y la energía".
 
 
 
Termino este post agradeciendo a la persona que lo inspiró. Gracias Vania, he aprendido mucho más conversando contigo, que lo que he aprendido en muchos cursos de psicología; gracias por llegar siempre con esa energía -vital, llena de vida, predispuesta, con empuje- y contagiarme; enseñarme que hay cosas más allá del cuadrado cerebro, y que hay algo esencial e invisible que se transmite a través de la energía. Gracias.

miércoles, 18 de marzo de 2015

"Dentro de la vida misma, hay muchas muertes que sobrevivir"

Terminar duele, debilita, sensibiliza, desgasta.
No hablo solo de una relación de parejas, sino de terminar cualquier cosa; un período de trabajo, la etapa escolar, la universidad, la amistad con alguien, etc. Separarnos en general de cualquier vínculo genera mucho malestar, que -consciente, o inconscientemente- atormenta y pasa la cuenta.
 
La respuesta al por qué de ese desgaste va más allá de lo obvio, trasciende el hecho de que algo termina y me pone triste; me parece que se pone a prueba cuánto de nosotros mismos hemos depositado en el objeto que se pierde, para que nos sintamos así de afligidos.
 
Como dije en un post anterior, cada vínculo se lleva consigo un bagaje de recuerdos, anécdotas, experiencias, buenos y malos ratos, etc.
He escuchado a mi abuelita decir con un nudo en la garganta 'debo vender mi auto, pero me da tanta pena...' y es que, claro, ese auto la ha acompañado años de años, ha recorrido muchos lugares, le ha facilitado muchas cosas; si ese carro pudiera hablar, tendría mucho que contar y estoy segura que la abrazaría y diría "gracias por tanto".
Hoy sucedió algo curioso, por mi casa hay un parque que tiene una banca específica que mis abuelos y todos los abuelos de la cuadra fundaron, en donde se sentaban en los años '50 a conversar, en donde sus hijos jugaron desde pequeños, conocieron sus parejas, se dieron sus primeros besos, hicieron amigos; hasta ahora, que esos hijos tienen hijos pequeños y grandes, que aún juegan -jugamos- ahí, que comparten momentos muy lindos, y que finalmente, esa banca -por más cemento que sea- ha sido capaz de unir muchas generaciones. Hoy esa banca fue sacada por el alcalde del distrito, por un tema de seguridad. Más allá de la incomodidad que se suscita en todos nosotros, queda una inmensa e indescriptible nostalgia al ver ese parque sin ese pedazo que hizo tanto por todos, que vio tantos momentos, que escuchó tantos problemas y risas, que vio declaraciones de amor, que fue testigo de los primeros pasos de mis primitos, que vio crecer a los perros de la cuadra, que vio a tantas tías embarazadas y que ahora sus hijos juegan ahí con la pelota, y claro, en donde tengo fotos desde mi nacimiento hasta hoy.
 
Y es eso, en ambos casos ha habido una conexión emocional tan fuerte, que duele desprenderse, duele dejar ir, duele aceptar la ausencia de algo/alguien.
 
El título de este artículo hace referencia a eso, a la cantidad de duelos que sobrevivimos en la vida; cuando se acaba el colegio después de 11 largos años de conexión, vínculos, risas, aprendizaje, travesuras; cuando se acaba la universidad, dejando atrás materias, profesores, amigos, aprendizaje; cuando terminamos un trabajo, que se lleva personas valiosas; cuando un hijo se va de la casa, y hay que aprender a vivir sin él físicamente; cuando fallece un ser querido, y -carajo- hay que tener el coraje de despertar al día siguiente y simplemente aceptar que lo único que quedan son los recuerdos; entre otros infinitos momentos.
 
A veces no nos damos cuenta, pero todo ello desgasta, porque finalmente cada persona que se va se lleva un pedacito de nosotros, alguito de uno. Creo que es por ello que tenemos memoria. No es por las puras, creo que ninguna persona sería capaz de vivir sin haber pasado alguno de los duelos mencionados, guardando en vida a todas las personas que conoce; es imposible. Es saludable -aunque duela- aprender a dejar atrás cosas, pues no podemos cargar mucho tiempo 'tanto de todo'; las etapas tienen que terminar, tienen que quedar atrás; y en recompensa a ello, tenemos la capacidad de recordar.
 
Porque a pesar de no ver a muchas de mis amigas del colegio -por ejemplo- las recuerdo, las guardo en mí. Tengo infinidad de recuerdos chistosos, con ellas, que evoco cada vez que puedo y que siempre me roban una sonrisa afectuosa. A pesar de no saber nada de algunas personas con las que ya no trabajo más, me siento dichosa de recordarlos, y mantenerlos vivos en la mente.
 
Hoy reflexioné sobre este tema gracias a la banca que describí líneas arriba; y recordé la cantidad de cosas y personas que he ido dejando atrás, con nostalgia y alegría.
 
Gracias, memoria, por permitirme mantener vivos a todas las personas que en algún momento representaron un duelo para mí.

lunes, 9 de febrero de 2015

Conexión emocional.

Y es eso. Otra de las cosas "esenciales invisibles a los ojos". Hay algo que uno percibe cuando recibe algunas miradas, algunas palabras o un simple gesto que logra llegar, que transmite; y eso es poder conectar, conectar con gente que a veces ni conocemos, que nos cruzamos en la cola del banco o en un paradero, y que te hacen pensar -si quiera por un segundo- que hay cosas importantes que escapan de la rutina y del quehacer cotidiano.
 
Pero a lo largo del tiempo he descubierto que no todos tienen esa capacidad emocional, pues se encuentra nublada u obstruida por miedos, experiencias negativas, traumas, ansiedades, distanciamiento, pérdidas, o desinterés; que por diversos motivos no llegan a conectar con nadie, y que se pasan la vida simplemente existiendo, sin trascender en la vida de otros, sin atender a necesidades externas, sin mirar a otros luego de mirar-se. Y es que no se puede ver al otro si no me miro antes a mí mismo, dice la psicología; y es cierto. 
Al conversar con estas personas con 'desconexión emocional', te das cuenta que su vida consiste en respirar, trabajar, ganar plata y gastarla, y seguir respirando. Y no son capaces de registrar algunas cosas invisibles, como la ternura que transmite la voz de un niño, o la calidez de la mirada de un abuelo, o las tibias manos de una mujer, o la libertad de un adolescente, o el peso de los ojos de un padre cuando tiene la responsabilidad de una familia entera en sus hombros. Son personas que se olvidan de estos detalles que por más pequeños que parezcan, son los que enriquecen la vida, pues justamente eso nos distancia de los robots: la capacidad de sentir.
 
Hace poco veía un programa en donde hablaban 3 mujeres acerca de las cosas que para ellas son indispensables que tengan sus parejas. Yo luego de ver el programa pensé en ello, y llegué a la conclusión que una de las cosas más importantes que debe tener una pareja -hombre y mujer- es tener justamente esta capacidad de entrar en tus emociones, comprenderlas, transformarlas y devolvértelas suavizadas, livianas, ligeras. De poder tan solo mirarte y transmitirte confianza, paz, ternura, contención emocional, sostén. De que el famoso "tranquila, todo estará bien" realmente se sienta en el alma y no sea la frase cliché que todos usan cuando no saben qué decir.
Y todo eso se consigue únicamente si se han logrado conectar mutuamente.
 
No, nadie nace sabiendo esto, ni tampoco creo que sea innato. Es algo que se va generando con las experiencias, a través de mensajes de tu madre y padre, a través de lograr captar ciertas señales cotidianas que esconden mensajes, por ejemplo, saber que si tu amiguito del nido está más callado hoy es porque algo siente, saber que si tu papá no tiene ganas de cenar es porque quizá le ha ido mal en el trabajo y la carga de una familia para él es insostenible, saber que los silencios de tu mamá muchas veces gritan desesperadamente que necesitan ayuda y que no tienen idea de cómo criar un hijo sola.
Cuando un niño es capaz de registrar todas estas señales, es capaz de percibirlas y darles sentido, de transformarlas y comprenderlas; entonces es un niño con capacidad de dar más, de entregar contención, de sostener al otro, de ver más.
 
Y sí, creo firmemente que actualmente las personas se dedican a trabajar para el fin de semana gastar en una fiesta, y luego seguir trabajando; muy poca gente se detiene a analizar "nimiedades" -como dirían algunos- pero finalmente esenciales para entender la vida.
 
Y a veces uno se pasa la vida tratando de darle sentidos y sentidos, vueltas y vueltas; sin reparar en que la vida es justamente lo que te está pasando, y no te das cuenta.