miércoles, 18 de marzo de 2015

"Dentro de la vida misma, hay muchas muertes que sobrevivir"

Terminar duele, debilita, sensibiliza, desgasta.
No hablo solo de una relación de parejas, sino de terminar cualquier cosa; un período de trabajo, la etapa escolar, la universidad, la amistad con alguien, etc. Separarnos en general de cualquier vínculo genera mucho malestar, que -consciente, o inconscientemente- atormenta y pasa la cuenta.
 
La respuesta al por qué de ese desgaste va más allá de lo obvio, trasciende el hecho de que algo termina y me pone triste; me parece que se pone a prueba cuánto de nosotros mismos hemos depositado en el objeto que se pierde, para que nos sintamos así de afligidos.
 
Como dije en un post anterior, cada vínculo se lleva consigo un bagaje de recuerdos, anécdotas, experiencias, buenos y malos ratos, etc.
He escuchado a mi abuelita decir con un nudo en la garganta 'debo vender mi auto, pero me da tanta pena...' y es que, claro, ese auto la ha acompañado años de años, ha recorrido muchos lugares, le ha facilitado muchas cosas; si ese carro pudiera hablar, tendría mucho que contar y estoy segura que la abrazaría y diría "gracias por tanto".
Hoy sucedió algo curioso, por mi casa hay un parque que tiene una banca específica que mis abuelos y todos los abuelos de la cuadra fundaron, en donde se sentaban en los años '50 a conversar, en donde sus hijos jugaron desde pequeños, conocieron sus parejas, se dieron sus primeros besos, hicieron amigos; hasta ahora, que esos hijos tienen hijos pequeños y grandes, que aún juegan -jugamos- ahí, que comparten momentos muy lindos, y que finalmente, esa banca -por más cemento que sea- ha sido capaz de unir muchas generaciones. Hoy esa banca fue sacada por el alcalde del distrito, por un tema de seguridad. Más allá de la incomodidad que se suscita en todos nosotros, queda una inmensa e indescriptible nostalgia al ver ese parque sin ese pedazo que hizo tanto por todos, que vio tantos momentos, que escuchó tantos problemas y risas, que vio declaraciones de amor, que fue testigo de los primeros pasos de mis primitos, que vio crecer a los perros de la cuadra, que vio a tantas tías embarazadas y que ahora sus hijos juegan ahí con la pelota, y claro, en donde tengo fotos desde mi nacimiento hasta hoy.
 
Y es eso, en ambos casos ha habido una conexión emocional tan fuerte, que duele desprenderse, duele dejar ir, duele aceptar la ausencia de algo/alguien.
 
El título de este artículo hace referencia a eso, a la cantidad de duelos que sobrevivimos en la vida; cuando se acaba el colegio después de 11 largos años de conexión, vínculos, risas, aprendizaje, travesuras; cuando se acaba la universidad, dejando atrás materias, profesores, amigos, aprendizaje; cuando terminamos un trabajo, que se lleva personas valiosas; cuando un hijo se va de la casa, y hay que aprender a vivir sin él físicamente; cuando fallece un ser querido, y -carajo- hay que tener el coraje de despertar al día siguiente y simplemente aceptar que lo único que quedan son los recuerdos; entre otros infinitos momentos.
 
A veces no nos damos cuenta, pero todo ello desgasta, porque finalmente cada persona que se va se lleva un pedacito de nosotros, alguito de uno. Creo que es por ello que tenemos memoria. No es por las puras, creo que ninguna persona sería capaz de vivir sin haber pasado alguno de los duelos mencionados, guardando en vida a todas las personas que conoce; es imposible. Es saludable -aunque duela- aprender a dejar atrás cosas, pues no podemos cargar mucho tiempo 'tanto de todo'; las etapas tienen que terminar, tienen que quedar atrás; y en recompensa a ello, tenemos la capacidad de recordar.
 
Porque a pesar de no ver a muchas de mis amigas del colegio -por ejemplo- las recuerdo, las guardo en mí. Tengo infinidad de recuerdos chistosos, con ellas, que evoco cada vez que puedo y que siempre me roban una sonrisa afectuosa. A pesar de no saber nada de algunas personas con las que ya no trabajo más, me siento dichosa de recordarlos, y mantenerlos vivos en la mente.
 
Hoy reflexioné sobre este tema gracias a la banca que describí líneas arriba; y recordé la cantidad de cosas y personas que he ido dejando atrás, con nostalgia y alegría.
 
Gracias, memoria, por permitirme mantener vivos a todas las personas que en algún momento representaron un duelo para mí.

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