miércoles, 1 de abril de 2015

"M" el ejemplo vivo de resiliencia y valentía.

Ya se va a cumplir 1 año de que recibí mi primera paciente personal en el Hospital Naval, recuerdo bien el momento. "Hay un ingreso", me dijeron, "lo verás tú". Me quedé helada por unos minutos, volteé en cámara lenta y le dije al psicólogo "jaja, ¿en serio?", un poco incrédula por la sorpresiva noticia, pues se suponía que no veríamos pacientes personales sin supervisión tan pronto; "sí, creo que estás lista", tragué saliva, tomé aire y dije "está bien, ahí voy".
 
No mentiré. Temblaba de nervios, se me vinieron 5 años de carrera a la cabeza, todos los profesores hablaban a la vez, veía miles y  miles de libros, recordaba muchas teorías. Estaba confundida, desorientada, desordenada. Intenté recordar las cosas protocolares que enseñan en la universidad, y me aproximé a la habitación de la paciente.
 
"Buenos días, mi nombre es María Claudia, y en esta ocasión voy a ser tu psicóloga", dije con una voz quizá temblorosa, tímida, pero intentando ser cálida y próxima para ella. Ella estaba echada en su cama, mirando la ventana que estaba cubierta con una rejilla de metal para evitar que se escapen; volteó ligeramente la cabeza, me miró de reojo y en señal de aprobación -creo- se sentó. Yo -con una odiosa libreta de notas y lapicero en mano- me aventuré a comenzar la entrevista preguntándole su nombre, "me llamo 'M'" me dijo, y así, fue desarrollándose una accidentada e improvisada entrevista que poco a poco fue tomando forma.
 
Recuerdo a "M" como si la hubiese visto ayer, la recuerdo en un primer momento frágil, tímida, temerosa, con miedos, con mucha angustia, pero sobre todo, la recuerdo con mucho dolor. Tenía la mirada caída, le costaba mirar de frente, tenía también un tono de voz algo demandante, era muy lábil, cambiaba de estado de ánimo más rápido de lo que yo podía registrar en aquella odiosa libreta de notas, no reía, no conocía la alegría, alguien o algo la había apagado y tenía que descubrir qué.
Poco a poco lo supe: desde que nació su mamá le recordó que nunca debió nacer y la culpó de todas sus penurias, a los 7 años su mamá se fue de la casa, dejó a 3 hijos y a su esposo, la abandonó. Cuando tenía 10 años su abuelo la observaba mientras se bañaba, la tocaba, la violó. Ella se sintió sucia, culpable, débil, frágil, y lo recuerda como si hubiese pasado ayer. Pasó lo mismo cuando cumplió 13, su tío la acosaba, le prometió que no le iba a doler, y otra vez, la violó; se sintió ultrajada, abusada, utilizada, inservible. Por si fuera poco, su padre -quien siempre fue su único apoyo- falleció a los pocos años, "se fue mi mejor amigo, mi único apoyo, la única persona que nunca me haría daño; me quedé sola", me dijo. Observó a su mamá prostituirse y estar con miles de hombres, y -en señal de rebeldía- hizo lo mismo: se prostituyó. Pasaron los años, salió embarazada de su pareja y decidió abortar, se sintió -ahora- abandonadora, mala, asesina; nunca se lo perdonó.
 
Yo -sorprendida, inmóvil, atónita, muda- no sabía qué decir a tal historia de vida, en ese segundo entendí perfectamente el por qué de su mirada caída, de su sonrisa siempre un poco fingida, y de sus repetidos intentos suicidas. Entendí también, que en ese momento "M" no necesitaba a una persona que -nerviosa- atiborre de punta a punta la hoja de la libreta, no necesitaba a una persona que haga de secretaria tomando datos y registrando información, no necesitaba a una máquina de anotaciones. No. Ella necesitaba que la escuchen, que la contengan, que acompañen su dolor, que sostengan sus pesares, y que le devuelvan un poco de esperanza.
Intenté hacer todo eso, la acompañé durante todo su duro relato con una mirada acogedora, la sostuve con mis palabras, puse mis 10 sentidos en ella y así -creo- que se sintió protegida y contenida.
 
A lo largo de su hospitalización trabajé mucho con ella, era un reto para mí que ella encuentre nuevamente un sentido en su vida y que entienda que -pese a todo lo que ha pasado- aún hay gente buena que no busca dañarla en el mundo, intenté repararla.
Y así descubrí que los pacientes más que una técnica o teoría, necesitan alguien que tenga la valentía de acompañarlos a recorrer el camino duro por el que han vivido y les ayuden a salir de él, luego de haberlo aceptado, procesado, y cerrado. Necesitan que los atiendan, que los miren, que no los juzguen, que los comprendan, que sepan que haya alguien que está ahí y que quiere ayudarlos; que sepan que sí se puede, y que aún cuando creen que todo está perdido, hay un poquito de luz que va a entrar a sus vidas.
 
Me llena de alegría relatar, que "M" salió diferente de la hospitalización. Recuerdo perfectamente el día de su alta, fue una mezcla de emociones, ella por un lado se sentía feliz pues al fin podría salir y volver a su hermosa tierra en la selva; a la vez triste, pues había hecho grandes amigas en el hospital. Yo, sentía la dicha más grande del mundo de verla bien, alegre, con una sonrisa kilométrica en el rostro, con brillo en los ojos, con metas, planes, objetivos.
 
No sé dónde esté ahora, no sé si siga bien o si quizá haya recaído, no sé si esté cumpliendo todos los planes que trazamos juntas. Pero la recuerdo y guardo muy dentro mío, pues fue mi primer gran -y vaya que gran- reto, de quien aprendí muchísimo, quien me enseñó más de lo que los libros decían, quien me ayudó a buscar dentro mío herramientas nuevas, a ser ingeniosa, creativa, cautelosa, tolerante, paciente. Me enseñó a saber escuchar, a aprender que 1 hora terapéutica nunca es suficiente, a acompañar, a sostener, a estar.
 
Gracias "M", entraste al hospital pequeña, frágil, temerosa; saliste de él enorme, erguida, sonriente, viva. Gracias por enseñarme que pese a haber pasado eventos muy dolorosos, siempre se puede sonreír, y que el ser humano siempre tiene y tendrá un empuje para seguir luchando.
 
 
Tú inspiraste la frase que escribí en mi Facebook hace exactamente un año: "No hay satisfacción más grande para un psicólogo, que robarle una sonrisa a alguien que creía que ya no valía la pena vivir".
 
Eres el ejemplo vivo de una persona resiliente, pujante, fuerte ... valiente.
 

2 comentarios:

  1. Me da mucho gusto que en esa experiencia hayas logrado aprender varios principios que, desde luego, te permitirán ayudar más eficientemente a las personas.
    Cuando escuchamos sinceramente, comprendemos de una mejor forma a las personas con quienes trabajamos. Muchos éxitos.

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  2. Generalmente no soy de comentar las cosas que leo; sin embargo haré una excepción porque amé esta entrada! Definitivamente lo que cuentas fue más que una experiencia profesional, fue una experiencia de vida y así como esta historia, vivirás muchas más y es porque tu profesión esta abocada a servir a las personas que como "M" necesitan de alguién que las escuche proactivamente y que las ayuden. Muy aparte, escribes muy bien, eso ayuda muchísimo para lograr transmitir efectivamente. Saludos!

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