Escoger la carrera de psicología
no es cualquier cosa, pues es una profesión que demanda mucho de uno mismo para
poder entregarle algo al otro. Implica conocer nuestras propias frustraciones,
nuestros propios deseos, angustias, impulsos, inquietudes; implica que hayamos
estado durante un buen tiempo con nosotros mismos y conocer nuestras fibras más
sensibles.
Los pacientes llegan a consulta
con miedo, llenos de angustia, ansiosos, expectantes, confundidos, y sobre
todo, llegan desordenados. Vuelcan en uno todo el desorden que experimentan,; y
de pronto comienza la magia: comienzan a confiar sus secretos más íntimos,
viajan hacia el pasado y logran encontrarse con episodios traumáticos y
dolorosos de su niñez; eventos que –a lo largo de tantos años- han bloqueado, intentado
olvidar, o –quién sabe- intentado superar. A veces la razón indica que sí lo
lograron, superaron el dolor y son capaces de recordar sin tanto rencor, sin
embargo, si uno analiza más a fondo se da cuenta que la herida sigue latente,
que el dolor del abandono e indiferencia de una madre, o de los golpes e
insultos de un padre, no se olvidan nunca, lamentablemente forman parte de uno y
son heridas que han calado nuestro existir.
Transmiten mucho sus experiencias,
hacen que uno como psicólogo se sienta angustiado, ansioso, con mucha pena, con
dolor. Muchas veces los pacientes me han relatado cosas impensables para mí:
que mamá los dejó de niños, que papá les repitió mil veces que no debieron
nacer, que el tío los violó, que el abuelo los tocó indebidamente, que mamá no
los defendió cuando vio que su pareja los agredía, que han visto a sus papás
golpeándose casi hasta la muerte, que su mamá nunca les dijo un te quiero, o
que simplemente el recuerdo más fuerte que tienen de papá es verlo alcoholizado
llegando a casa simplemente a dormir.
Todo ello simplemente hace que me
haga la pregunta del millón: “Después de una historia de vida tan penosa, ¿qué
le puedo ofrecer yo para ayudarlo?”, y la respuesta creo que no se encuentra en
ningún libro y tampoco pasa con aplicar puros tests y cuestionarios; lo único que puedo hacer es acompañarlos,
escucharlos, fomentar el desahogo, conectarme con ellos y que –a través del
vínculo- logren ver que hay personas en las que se puede confiar, personas que
pueden repararlos, un espacio estable, un piso y sobre todo, que sepan que
después de tanto tiempo, encontraron un espacio en donde no serán dañados como
en su infancia.
Eso es lo único y lo mejor que
puedo hacer, acompañarlos, sostenerlos, y devolverles un poco de tranquilidad a
través de mi mirada, de mis palabras, de mis silencios –que acompañan- y de un
espacio seguro y estable.
Hoy se celebra el día del
psicólogo, pero creo que debería ser el día de todas las personas que se
atreven a acudir a terapia. A esas personas que llegan desordenadas, enmarañadas,
angustiadas, cargadas; buscando a veces solo oídos, comprensión, atención,
seguridad. Valientes son, queridos pacientes, valientes y con coraje de hacerle
frente a una vida tan difícil, a dar cara a problemas que marcan y a seguir en
pie, siempre en pie.
Finalmente nosotros, a través de
ustedes, nos descubrimos día a día. Nos conocemos, aprendemos de nosotros, de
crianza, de pareja, de familia, de errores, de habilidades, y aprendemos a
saber hasta dónde podemos llegar, nuestras limitaciones, descubrimos nuestros
propios miedos y nos encontramos con nosotros mismos.
Gracias, queridos valientes, es
por ustedes que nosotros nos esforzamos día a día y este post va dedicado a
todos aquellos que no se cansan de luchar, de buscar un poquito de luz a su
oscuridad, y de buscar una mano que los acompañe en la búsqueda consigo mismos.
Gracias.
Valientes todos aquellos que siguen en la búsqueda de sí mismos; a pesar de todo, a pesar de tanto.